Aveces siento piedad por Dios, doblegado a su voluntad como un alcohólico al alcohol. Eternamente preso de sí mismo. Ni la maldad ya lo divierte com antes, todo le es tan previsible que preferiría cerrar los ojos y no ver. Pero sabe que aunque los cierre ahí estarán sus víctimas mirando con cara de asombro. Algún día deberíamos todos ponernos de cauerdo y sacarlo de su propia trampa.
jueves, 25 de septiembre de 2008
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